jueves, 12 de junio de 2014

A veces es ahora o nunca, pierdes menos si te arriesgas.

En la habitación todo era silencio, más los sollozos de una chica diciendo “no puede ser” rompían de vez en cuando el completo silencio. En su mano reposaba el teléfono con un mensaje en la pantalla, “Lo siento, no puedo seguir mintiéndote, ya no te quiero, no podemos seguir juntos”. La chica sollozaba mientras su corazón se partía en pedazos, poco a poco. Dejó el teléfono sobre la mesa mientras se levantaba de esa silla que parecía apresarla. Miró su reflejo en el espejo pensando en qué se había equivocado, qué había echo mal para que todo aquello estuviera pasándole a ella.

Un grito de fuera de esa habitación la sacó del silencio en que estaba sumida hacía rato. Escribió su historia en un papel mientras con un mechero a un lado esperaba para quemarlo. Sus compañeros de instituto decían que había cambiado, que ya no era la chica feliz que corría por los pasillos para no llegar tarde a clase, todos decían que había perdido la sonrisa.
El chico la había ignorado y seguía haciéndolo.
Ella estaba harta. Él era un cobarde. Ella no sonreía. Él la olvidaba con otras a las que no quería. Ella lo quería. ¿Él la quería?
Ella se quedaba quieta, en su cuarto, de pie, al lado del espejo, esperando algo, que él la llame, una simple llamada de esa persona llena de arrepentimiento y amor.

Pasaron muchísimos años, y ella consiguió olvidarlo, no sabía nada de él desde aquella época y no pensó jamás en volverse a enamorar, pero un día vio a un hombre sentado en el banco de la plaza donde ella diariamente se tomaba su zumo de naranja y su sándwich para merendar, esa cara le parecía familiar. Decida por averiguarlo, se acercó, y puedo reconocerlo, era él, después de tantos años pocas cosas habían cambiado. Ella pasó por delante, con su libro favorito entre sus brazos, aquel libro que había escrito plasmando su historia de amor. Él, sin pensárselo dos veces pronunció su nombre, acto seguido le dijo, espera, no te vayas, necesito hablar contigo, ella se quedó inmóvil, fuera de sí, se dio la vuelta y se dirigió a él. Se sentaron juntos y conversaron horas y horas, hasta que él le dijo todo lo que quería decirle desde hacía mucho tiempo: te amo, dijo, siempre te he amado, jamás pude olvidarte, siempre supe que tú eras el amor de mi vida, pero jamás me arriesgué a hablarte por miedo al rechazo, fui un estúpido abandonándote de esa forma y por haberte dicho semejantes cosas, perdóname. Pero no, no pasó lo que todos estáis pensando, ella sin más le dijo: déjate de palabrerías, tuviste tiempo, mucho tiempo, han pasado más de 45 años, un simple perdón no basta, ya es tarde, demasiado tarde, ahora tú tienes que aprender a olvidarte de mí como yo lo hice contigo, suerte, y sin más se fue.